jueves, 29 de octubre de 2020

CREENCIAS

 


El profesor Joubert siempre pedía dos cuadras más. Una cuadra más. Doscientos metros más: - Hay que tirar la bala lejos, decía. Le puse un mundo durante los ensayos y lo logré, pero, llegado el gran momento cuando arribamos a los muros de la Catedral de Cumaná, simplemente no pude dar otro paso.  Y menos sostener al gordo. La historia comienza tres meses antes, a principios de enero de 1975.  Por esos días algunas compañeras de clase como Franca Caserta o Francis Mery, ya hablaban del asunto hasta por los codos. Que buscaban gente para la banda, decían. Que al irse los del sexto grado del año lectivo anterior, ¡Nos tocaba a nosotros!.  Al día siguiente, así como dicen, por obra y gracia, se presentó en el salón una monja joven llamada Teresa con el fin de recordarnos la importancia del asunto sacro aquel de la Primera Comunión.  Casi todos levantaron la mano para tomar el curso de Catecismo. Digo casi todos porque yo no me anoté cuando a mí en particular me preguntaron. Que no.  Que: -En mi casa no creen en eso de estatuas de santos, ni en curas con vestidos respondí erguido como un clavo. Mi reacción produjo que la clase me mirara con  entrecejo molesto, menos la Hermana que con su  sonrisa santa respondía que entendía, que entendía.

Se va la monja, nosotros que leemos alguna cosa en el libro Arcoiris y en eso llega el profesor Joubert. Las demás educadoras eran tan sólo maestras, pero Joubert, era el profesor de música: una cosa muy distinta. -Estamos organizando la Banda Escolar para este año..interesados, levanten la mano para el examen... -dijo. Lo que sucedió después, podría perfectamente encuadrar en lo que hoy conoceríamos como el propio cogeculo, pero ¡vamos! que hablamos desde la ternura de mi escuela, la República Argentina.  Ganándome todos en velocidad, pasó que me engatillé en la respuesta y no pude decir ni ñé en la repartición de las plazas para redoblantes y granaderos.  Y no quería ser trompeta. Las liras y los platillos eran para las niñas:  -Muchachos, sólo queda el bombo...¿candidatos? Nojoda, yo pues!, Pensé muy decidido, levantando la mano. Al decir esto, me pareció que mis compañeritos de clase podían ver en el futuro, el trato cruel e injusto que la vida me depararía y pusieron la cara conmiserativa y solidaria de la Hermana Teresa aquella que entendía, que entendía.

La primera vez que vi al gordo, no me pareció difícil.

-Álvarez, dijo el profe, es cuestión que te acostumbres al peso. Ayúdate con el arnés y pon la espalda derecha. Ahora que lo pienso, el bombo vendría a ser como aquel niñito adiposo y a veces incomprendido: ¿Estaría para siempre el gordo sentado en el rincón de las arañas que tejen y destejen sus tristezas?

El Gordo. Así lo bauticé.

Adaptarse a un instrumento tan voluminoso como el bombo no es cosa fácil qué va. Yo tenía que lidiar con él y con los tempos perfectos de la marcha sin perder el paso y eso mi pana, no era cualquier pendejada.  Que los ensayos fueran en enero, febrero y marzo, hacían la cosa más llevadera. Durante esos meses los vientos trapecistas venidos de la fosa de Cariaco le pasaban por encima a nuestras casas y llegaban al ensayo en la avenida Gran Mariscal para ayudarme entre sus brisas con El Gordo.

Abril.

Se acercaba el evento principal. La confección de los uniformes tardaba y Joubert entraba en crisis con el paso de los días. Él sabía que estaríamos preparados, que los uniformes llegarían a tiempo, pero algo le preocupaba y me miraba con cariño como solo se mira a un perro fiel y bueno.

Miércoles Santo. 9:00 de la mañana.

Todos uniformados y desayunados. El profesor Joubert ordena la partida. ¿La ruta trazada? Av. Gran Mariscal-Redoma de la antigua PTJ-Av. Gran Mariscal-Calle Montes-Catedral. ¿Facilito? Eso era lo que yo creía.  Ah, pero había un detalle: El sol tan arrecho. Y sin que pegara una brisita de esas de principios de año. Otro detalle: El uniforme era un sauna. Chaqueta cerrada, gruesa, manga larga con su camisa y franela, sombrero de copa alta, pantalón con igual tela y botas altas. Para cuando íbamos a la altura de la Calle Montes, yo iba boqueando… verga, descansan las liras, descansan los trompetas pero el gordo nunca y yo que lo cargo a él... Adelante, la imagen de Jesús, la banda marcial del Batallón Mariño 52, la banda de Las Carmelitas, del Santo Ángel y en el quinto coño, nosotros botaos.

La verdad sea dicha.

La procesión se detiene un poco para que la alcancemos, llegamos graniaos a la Catedral y como te digo al principio, no pude dar un paso más. Abotagado y casi sin sentido producto todo del calor extremo, creí sentir al profe agarrándome por el arnés cual pollito y allá en las escalinatas de la iglesia, estaba parada la monja que entendía, que entendía, mirándome preocupada. De pronto reacciono y estoy sentado en una de las bancas de la iglesia, miro un pitillo que se acerca a mis labios, una malta friíta y a la Hermana Teresa a mi lado brindándome cuidados como de madre. Nunca podré olvidar eso. Ver a mi alrededor y maravillarme, fue la misma cosa. Nunca había visto yo una iglesia católica por dentro. Todo era brillante y todo me cautivaba. Pisos lustrados hasta la exageración, la madera de las bancas pulidas con toneladas de aceite Teca y una hermosa monja que me leía cada pensamiento y que entendía, que entendía. Hablamos me parece, que de muchas cosas hasta que nos despedimos, y con el pasar de los años nos vimos muchísimas veces. Hace poco supe que murió y lo lamenté bastante. A mí me desarmó encontrarme con una persona tan dulce y tolerante como la Hermana Teresa y eso pues, es muy difícil de olvidar.

Me enfilé hacia la puerta de la Catedral preguntándome cuántos meses duraría el chaleco de mis panas, pero no. Todos me abrazaron en sonrisas, montamos los instrumentos en un camión y nos fuimos juntos a comernos un sanguche con su fresco que nos brindaron en El Consulado. Esta va para muchos amigos que profesan como fe el catolicismo y para tanto cura que cuidando gentes en todo el mundo han perdido hasta sus vidas. No he dejado de lado las creencias que me sembraron, pero si me preguntaran, diría que soy hoy por hoy, el más católico de los protestantes.

O al revés.

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