SOBRE EZIONGEBER CHINO ÁLVAREZ

SOBRE EZIONGEBER ÁLVAREZ ARIAS

Milagros Mata Gil

I.

Lo que a mí me impresiona de los relatos y las crónicas de Eziongeber Álvarez Arias, el Chino, es su manejo del lenguaje común de la gente que anda por ahí, pero mezclado con un contenido lleno de seriedades y reflexiones profundas. Cuenta las cosas que suceden en nuestro entorno. Nos pone ante los ojos la realidad circundante que tantas veces percibimos y no ahondamos. Él es un poco, para meterlo en su contexto, como el Conejo de Alicia que va iluminando fragmentos de vida que son, en suma, la vida. El asunto es que lo hace con tesitura de humor, lo que al lector tiende a facilitarle la cosa cuando lo acepta, a veces sin profundizar en un contenido que, por sabido, le parece insignificante. Que por leído así, entre risas, le parece una humorada, algo superficial que, no obstante, se le queda pegado a la conciencia como una mancha de aceite. Al Chino lo llaman humorista. Y lo es. Pero todo humorista, desde Groucho Marx hasta Cantinflas, desde Aristófanes a James Joyce, y todos los que en el mundo han sido y serán: Job Pim, Cabrujas, Padrón, usan la burla, la paradoja, la ironía, el chiste, el chisme, como un Caballo de Troya para penetrar (nos) la mente con la realidad tan dura y escabrosa y reventarla.

II.

Eziongeber Álvarez Arias nació en Caracas en 1964 y luego creció en el Oriente de Venezuela, que, como él dice, tiene otro color. Es abogado desde 1987 y ejerce en el ámbito penal. Entre unas y otras andanzas, aprendió el difícil arte de escuchar e interpretar. Uno de sus grandes méritos es ése: es un hombre que escucha. Otros grandes méritos le vienen de los genes, y de las abundantes lecturas que lo nutren. Tal vez no las exquisitas, ni siempre las que deberían, pero de que son nutritivas, lo son. Y el otro mérito se refiere a la valentía personal con que enfrenta y critica la situación política y social de su entorno y del país. Critica sin cortapisas, sin limitaciones. Suelta la palabra así rompa el cielo. Y eso, sin dudas, le habrá valido conflictos, pero no importa… Como decía Alí Primera, tan injustamente salpicado del excremento ideológico de la tiranía, échala/ tu palabra contra quien sea/ pero dila ya.

III.

Así que allí están las crónicas y los relatos y las décimas poéticas. A algunos les es difícil aceptar las tan fuertes expresiones, tan alejadas de lo académicamente correcto, con las que construye su obra. Y es bueno recordar que esas son las que han dado fuerza y esplendor a la lengua (a las lenguas) a lo largo de los siglos. Yo lo siento a él cercano a Quevedo. La misma irreverencia. La misma sequedad. Por la lengua, digo. Lo siento cercano a la tradición de la Picaresca española. A Cervantes. Al Siglo de Oro. O a Shakespeare, pero el del Sueño de una Noche de Verano. Él se quiere acercar a Lewis Carroll, y está bien. Y dentro de este país, lo veo en el linaje de José Rafael Pocaterra, como ya lo he dicho. Un modernista irónico, característica que comparte con Golcar Rojas. Pero con un lenguaje más económico en términos de la dimensión, del uso de los adjetivos y de cierta eficacia, claro que indiscutiblemente potenciada por las redes sociales donde ha habitado en los últimos años.

IV.

En fin, que estamos ante la presencia de un escritor que vamos descubriendo poco a poco. Y en la medida en que lo descubrimos, entendemos que hay más capas en su escritura de lo que pensamos.

 

27 de septiembre de 2020

 

EZIONGEBER ÁLVAREZ – HUMORISMO CONTRA EL VIRUS Y LA CARRAPLANA

José Pulido
21/07/2020 

 El ser humano es un animal exótico: posee un lenguaje desarrollado y se ríe. La risa es una expresión de antigüedad. Nadie ha podido explicar de manera definitiva el origen y el porqué de la risa.

Tengo la ligera impresión de que los dioses no se reían. Creo que todavía no lo hacen. Y quizá por eso hubo épocas en que la risa fue prohibida y condenada. Aunque hay un aspecto de la risa que resulta muy beneficioso para aliviar el cuerpo de tensiones. Según los estudiosos existen dos tipos de risa: la que los dioses prohibían y la que aceptaban de un modo paternal.

Los griegos llamaban gelao a la risa considerada buena y cata gelao a la del aspecto negativo. La palabra cata se usaba para hablar de lo que se cae, desploma o derrumba y de ahí viene la palabra catástrofe. Esto lo he leído en un texto que escribió al respecto Javier Martín Camacho.

En latín risa es risus y de risus vino subridere, que significa sonreír. Y trajo como consecuencia la palabra subrisus, que significaba reírse para sus adentros, o risa secreta. Más o menos en el medioevo se logró establecer con su significado actual la palabra sonrisa. La sonrisa es una creación medieval.

Esta introducción sirve para hablar de un tema que parece increíble hoy en día: el mundo está de cama, el mundo es terrible. Y Venezuela es como un tope de mala leche que recuerda las clases de la escuela primaria de los años cincuenta: tragedia de historia, geografía, de cívica y moral, de higiene y buenas costumbres. Y sin embargo, aún existen humoristas. Aún quedan personas haciendo reír para no aceptar las tristezas que agobian.

Jaime Ballestas, Rubén Monasterios y Abilio Padrón, por nombrar tres de la vieja guardia, siguen desplegando sus alas resistentes, su humorismo de altura. Y lo más asombroso: han surgido unos cuantos nuevos humoristas que interpretan lo que ocurre usando el habla coloquial con gran tino. Nombro dos que se me vienen a la mente de manera instantánea: Golcar Rojas y Eziongeber Chino Álvarez.

Eziongeber se la pasa soñando y escribe sus sueños en las redes. Pongo un fragmento aquí, para que sepan de qué hablo:

“Estás en la plaza Bolívar de Caracas a las cinco de la tarde. En el sueño sabes que esa es la hora porque los rayos del sol se van alargando como venas por las caminerías.

Allá en la banca de la esquina, un hippie de esos bien chivúos, está «sacando» en cuatro aquella canción de «give me love, give me love, give me… peace on earth…»… te acercas y es el mismísimo George Harrison tocando el cuatro con las piernas cruzadas, dándole a la cholita para llevar el ritmo, pero, yavá -dirías reconociéndolas-..¡esas son mis cholitas pascualinas!

-¡Ey, camán Mr. Harrison, deme acá mi vaina!

-¿Exkiúse mi, ser?

-¡Que me des mi vaina, nojoda!, y lo agarras duro por la pechera en pleno sueño”.

 Eziongeber no es un nombre maracucho aunque muchos lo crean. Él mismo ha dicho que el nombre viene de una región de Irak y significa «Hombre fuerte». Pero hemos averiguado y nadie se pone de acuerdo en la ubicación del lugar denominado así.

“Ezión-geber  fue una ciudad de la Edad Antigua, puerto de Edom sobre el mar Rojo, en el extremo norte del actual golfo de Aqaba, en lo que hoy es la ciudad jordana de Áqaba”, se dice en un lado.

“De acuerdo al Libro de los Números, Ezión-geber fue una de las primeras estaciones donde los israelitas acamparon tras el Éxodo de Egipto”, señalan más allá. El asunto en realidad no importa mucho. El Eziongeber que conocemos está aquí, ahora, en esta entrevista.

LA PREGUNTADERA

-¿Desde cuándo escribes de esa manera, con ironía y humor?

-Desde siempre. He tenido la honrosa desfachatez de llevar mis maneras a las salas de juicio y a otros tribunales por medio de escritos y pronunciamientos orales y hasta me han retenido por «falta de respeto» por esas cosas. Pero resulta imposible para mí desprenderme de estas formas porque francamente casi todas las autoridades que conforman el actual Sistema de Justicia Venezolano me provocan una risa muy dolorosa, si es que tal cosa existe. No es que me burle, simplemente es mi manera de oponerme a los dislates con que un abogado se topa en el Foro Judicial. Antes de eso ya lo venía haciendo en mis artículos políticos (fui dirigente nacional juvenil de Copei), en mi vida universitaria y en los periódicos estudiantiles de mi época liceísta. Ahora en las redes lo que son la ironía y el humor no puedo evadirlos. Me persiguen y eso me gusta. Para seguir adelante en este país, hay que apegarse al humor con mucho giro. Con ironía, pues. De otra manera, corres el riesgo de mimetizarte con el inmenso enclave cargado de hostilidades que es Venezuela. El mismo Alí Primera se reiría de sus canciones si se encontrara con este desastre que nos toca vivir a los venezolanos de 2020.

-¿Cuándo supiste a ciencia cierta que eres escritor?

-Conciencia de escritor, con todo lo que eso comporta: en cuanto supe que para mí es mejor comunicarme escribiendo. En eso puse y pongo todo mi empeño. Supongo que eso arranca a los 17 años de edad que fue cuando entré en la carrera de Derecho. Me quedó en el tintero, enrolarme en Comunicación Social o en la carrera de Letras. Lo mío por la letra es pasión desmedida. Demencia total. No puedo vivir sin escribir a diario, aunque tan sólo fueran sonetos o décimas de mi tierra, que es Cumaná (a pesar de ser caraqueño).

-¿Cómo te alcanza la pobreza que vive el país?

-Pertenezco a ese clan exclusivo de los venezolanos con F.E, que son las siglas de «Familiares en el Exterior». Un venezolano en Venezuela cualquiera que sea su estrato social, no podría sino medio comer de no tener familia en el exterior que lo apoye. Igual se ejerce la carrera y se echa mano de la caleta que va menguando, pero es muy difícil abarcar los tres golpes todos los días. Ahora, viendo lo que pasa en las aceras de cualquier ciudad venezolana, resulta infinitamente doloroso encontrarte con gente escogiendo entre comprar pan o plátanos. O es una cosa, o es la otra. Esto tiene muchos años, pero la situación se ha agravado. De una cola inmensa en cualquier abasto o supermercado ves que la gran mayoría deja sus productos en el mostrador porque es que no se los pueden llevar. No les alcanza. ¿Ingentes cantidades de personas hurgando en la basura? ¿Amigos y colegas tuyos en esa vaina? Yo me impresiono. Yo me impresiono aun cuando eso sea cosa de cada vez que debes ir de compras. Salgo de la panadería con tres panes, pero llego a mi casa con dos. Picas aquí y allá entre algunos viajantes de aceras y lo haces porque no sabes si algún día te va a tocar. Son formas que uno adquiere para que en los cielos se acuerden de ti, a la hora del té, digo yo. Nadie está a salvo de la carraplana absoluta en Venezuela. La desgracia tiene buena memoria.

-¿Cómo defines esta época?

-Hemos pasado muchas veces por cosas parecidas y hasta peores. En estos momentos, la historia está en uno de sus picos más definitorios. Sistemas de creencias que parecen arrodillarse ante nuevos dioses. Corrientes de pensamiento con hambre voraz por erradicar todo lo ya conocido, como pocas veces se han visto. Siempre recuerdo la historia del musulmán Averroes y del judío Maimónides viviendo juntos e intercambiando pareceres en la Córdoba del S. XII que es la Córdoba asediada por los bereberes y almorávides. Todo mundo asustado. Todo mundo abandonando la ciudad y dejando a su suerte, su casa, sus cosas y sus familias. En resumen, es una época de definiciones. Se aprovecha el virus como arma política, se aguardan por las elecciones pautadas para este año en Estados Unidos. Una época de «o corremos, o nos encaramamos» y ni hablar de Venezuela.

-¿Qué le ha aportado tu profesión a la escritura?

-Mi profesión le ha dado bastante poder organizativo a mis ideas. Una demanda judicial, por ejemplo, es también una historia. Echas tu cuento, lo fundamentas y solicitas lo que consideres conveniente de acuerdo al derecho vulnerado de tu representado. El aporte ha sido grande y así como siento respeto por la escritura, lo siento por el Derecho en su ejercicio y en su necesario y consecuente estudio, pero siempre prefiero el acto solitario de escribir.

-¿Pensaste alguna vez que el país llegaría a estar como está?

-En muchísimos foros, reuniones y grupos de reflexión, el peligro de que algo como esto ocurriera se estudió profundamente hace más de treinta años. Por eso surgió la COPRE (Comisión Para la Reforma del Estado) y por eso se reformaron algunos Códigos como el de Procedimiento Civil. Allan Brewer Carías, por ejemplo, advirtió sobre el peligro de que «esto» ocurriera en muchos artículos de prensa y en sus textos. No fue suficiente.

Los partidos políticos, que estaban distraídos tomando caña sabroso y haciendo negocios en Las Mercedes, descuidaron a sus bases, se olvidaron de las pingües cositas que los barrios exigían y por allí se fue la cosa.

Si se hubiese atendido al menos la cuarta parte de las peticiones, no llega un avión como Chávez a convencer a nadie. No obstante, lo que nadie imaginó, fue lo que sucedió: pudrieron las débiles bases de la democracia desde adentro. Aprovecharon el «voto directo» y coronaron entre vítores al que luego vendría a destruirnos.

-¿En qué lugares de tu caminar cotidiano sientes la falta de los amigos?

-En todos. No hay recodo en que no recuerde a mis afectos. Mi caminar cotidiano es solitario. Ahora mismo no puede ser de otra manera, pero, por otro lado, tenemos muchos años caminando solos. Muchos años. No poder abrazar a mis amigos o familiares – a mi hija Ely Mercedes- es de las peores cosas por las que tránsito a diario. Duele no verlos. No escuchar el burbujeo de sus risas. Pero, adivina qué: sobre eso escribo.

-¿Sufres la distancia, la separación de parte de la familia?

-Agridulce pregunta. Te lo resumo: Sufro mucho la distancia que me separa de mi hija. No sé cómo lo aguanto. Sufro mucho por eso, pero al mismo tiempo pienso en la maravilla que significa que no se esté calando esta melodía. La prefiero lejos. Con mi hijo Víctor es al revés: Vive relativamente cerca de mi casa. Lo veo a menudo. Lo tengo a monte preguntándole cómo está, si compró tal medicina, si tiene dinero suficiente, si tiene comida. Lo veo muy a menudo y su respuesta para no preocuparme -acaso está harto- es: Si papá. Estoy bien, papá. Ya no me duele papá. Pero coño, mano… lo quiero lejos de aquí. Lo quiero con sueños que pueda concretar. Lo quiero radiante. Sonriente como una mandarina. Aquí no podrá. Simplemente.

-He admirado la alta calidad de tu escritura, lo coloquial verdadero. ¿Lo sacas de tu infancia o de tu adolescencia? ¿es una manera práctica de comunicarse entre amigos? ¿es nuestra tribu?

-Mi manera de escribir la extraigo de mi infancia, de mi adolescencia y de todo con lo que me he topado, tanto en la profesión como en la calle. Escribo como pienso. Procuro no recargar el texto de lugares comunes o groserías, pero no por eso puedo olvidar que, sin ofender a la escritura, los venezolanos tenemos nuestras maneras. Nuestros incordios y pesares y nuestras almas festivas. Le aplicamos una a la tristeza y sobre todo eso trato de poner el acento. Somos mucho más que la simpleza, pero no por eso nos atarugamos en profundidades innecesarias. Así, aunque se ha dicho que nuestras maneras son neocarcelarias, yo abogo por el lenguaje rico en situaciones y colores y sabores que es el lenguaje en el que mejor me puedo explicar.

-¿Cuántas libros sin publicar tienes ahora?, ¿cuántos has publicado?

-Aquí es donde se cae la cátedra. Muchos escritos están en un archivo. Todos son crónicas. Algunos están para la revisión, pero ninguno ha sido publicado todavía. Creo que un escritor quiere ver sus obras publicadas. En este punto no me queda más remedio que mirarme en el espejo de Wallace Stevens que comenzó su carrera a los 57 años y publicó un poco más adelante. Evidentemente no hay muchos puntos de encuentro, salvo que este poeta fue abogado por larguísimos años. Entonces, conforme mejoren las cosas, le iré dando más fuerza al viejo sueño de publicar el libro por el que tanto me preguntan. Supongo que será un epítome de algunas de mis notas juntadas a lo largo de todo este tiempo, pero, además, los años nos bajan las ínfulas y las urgencias. Cuando toque, será. Por ahora, sigo escribiendo como lo que soy: un demente apasionado por las letras. Un Cyrano enamorado declamando tras el arbusto.

-¿Cómo es tu proceso creador?

-Mi proceso creativo comienza con un mapa mental y una libreta. Cosa que me llame la atención, la anoto. Sería poco más o menos como ir al abasto a comprar verduras para la sopa. Después vendría el proceso de cocción. Mejor si hay tiempo para que el texto se cocine a fuego lento. En las redes escribo rápido. Me gusta la interacción con mis panas. Pero verme en la soledad de mi cuarto pensando en cada coma o en la boludez de un párrafo que no cuadra, es más complicado. Como sea y donde sea, escribir es bueno porque te aporta el entusiasmo que tanto se requiere para un oficio tan duro.

-¿Puedes hablar un poco de tu vida? ¿de tu lugar de nacimiento y estudios?

-Nací en Caracas en 1964. Para esa fecha mi padre era cajero en un banco. Al poco tiempo fue ascendido a gerente de agencia con la condición de que aceptara ser trasladado al interior. Eso ocurrió más tarde. Nos residenciamos en El Tigre, Estado Anzoátegui, y desde entonces hice como quien dice el «crossover» de niño capitalino a niño de provincia. Muchas de mis historias nacen a partir de ese inolvidable encuentro que por gracia tuve con la provincia a los cinco años porque como dice la canción «Oriente es otro color». Desde que vi el primer bachaco culón de mi existencia en oriente, pasando por mi ciudad Cumaná hasta mi vuelta a la capital y luego a los Altos Mirandinos donde me casé y tuve a mis hijos, sigo pensando lo mismo: «Oriente es otro color».

Antes de graduarme, vendí ropa infantil para pagarme mis estudios, luego vendí repuestos para carros al por mayor, trabajé en tribunales donde llegué a ser alguacil y luego secretario de un Juzgado, pero si partimos del hecho de que ejerzo el Derecho desde 1987, puedo decir que casi que exclusivamente me he dedicado a los asuntos legales y sobre todo a mis casos penales.

En lo personal, no todo ha sido color de rosas. Un día mi esposa y yo decidimos no seguir con el teatro y nos divorciamos. 20 años duramos y terminamos hace doce. El separarme de mis hijos ha sido la cosa más dolorosa que me ha pasado sobre todo porque en buena parte eso se debió a que también fui rumbero. Si no, ¿De dónde sacaría mis tantas peripecias en el Tío Pepe o en el Juan Sebastián Bar o el Hato Grill? Rumba y rumba, caballero. Y la rumba entraña consecuencias.

Hoy, mi ex y yo, formamos parte de ese club que crece y crece en el cual las parejas se llevan mejor después de que se divorcian.

No, no hay sexo. Tampoco somos altísimos panas, pero sí, desde la altura de nuestros años, nos hemos perdonado en función de la amistad y de lo que más amamos que son nuestros hijos. De manera que sí: he vivido y sobre eso también escribo. Y sigo viviendo con sueños, proyectos y mucho guáramo. A todo le pongo mundo porque así es la vida. No esperaré a que otro mastique para que yo pueda tragar.

-¿Cuáles palabras se te quedaron grabadas de la infancia y de la época estudiantil?

-Palabras de niño: ¡Apéate de ahí, muchachoelcarajo!

¡Se están agarrando! (Una pelea en la escuela en idioma cumanés).

¡Deja la escribidera de güevonadas y ponte a estudiar!

Frases y palabras de la época estudiantil: Centro de Estudiantes. Megáfono. Esténcil. Vamos a cerrar la calle. Lo que pasa es que fulano está arioto.

-Eziongeber

-¿Sí?

¿Qué es eso de “arioto”?

-Falto de sexo.

EZIONGEBER ÁLVAREZ ARIAS:
LA FEROZ AMARGURA DE SU HUMOR

Milagros Mata Gil


 

“Yo soy lo que escribo, yo escribo lo que soy” (Eziongeber Álvarez Arias 


  ironía. (Del lat. ironīa, y este del gr. εἰρωνεία). f. Burla fina y disimulada. || 2. Tono burlón con que se dice. || 3. Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice

I.                   Un maestro de la ironía

Si hay un tipo que relata un suceso, comenta un evento, de tal manera que, diciendo lo que dice, escribiendo lo que escribe, está diciendo exactamente lo contrario, o lo está diciendo indirectamente, o lo está escondiendo en el seno mismo de un manejo magistralmente desenfadado de la lengua, a veces procaz, y así está proponiendo al lector, al receptor, el trabajo de decodificar lo que en verdad relata o comenta, ése es seguramente el Chino Álvarez.

El discurso irónico, ya se sabe, es un discurso en clave y desfigurado que el receptor acepta con temor de equivocarse, pensando que al comentarlo puede incurrir en un error pues el autor no puede querer decir lo que dice. Es una especie de juego de espejos múltiples y distorsionantes. Lo que nos lleva a la afirmación que el Chino Álvarez hace al referirse a sí mismo: “Yo soy lo que escribo, yo escribo lo que soy” Dado que su tribuna ha sido hasta ahora Facebook, donde muchos se arriesgan a hacer comentarios, aunque sea solamente mediante un ícono o un avatar, resulta muy interesante ver cómo sus crónicas y relatos se ven replicados y fragmentados en numerosas interpretaciones que van desde la complacencia a la incomprensión, pero, sobre todo, donde los comentaristas buscan la liviandad de lo humorístico, le ríen la presunta gracia, lo consideran un chico muy simpático, muy lanzado, y sólo algunos captan la profundidad amarga de sus textos donde rezuman con semejante dramatismo el dolor personal y el dolor patrio. La feroz amargura de su humor. Entre estos estuvo José Pulido, quien lo entrevistó acertadamente, pero en una longitud de onda distinta de ésta que intento.

Eziongeber es muy popular en el barrio de Facebook donde se mueve. Lo sorprendente es que, a pesar de que transito con frecuencia las mismas veredas, no lo había visto jamás hasta que me encontré de lleno con la crónica sobre su abuela bailando charlestón en el pasillo del hospital donde él, niñito asustado, estaba recluido. Abuela de altos tacones y abrigo rojo. Abuela que leía y escribía. Abuela abrazada por los médicos al final de la función. Leí tres veces la crónica. Visité su muro buscando más y leí y enseguida le mandé un mensaje solicitándole amistad. O eso que así llaman los facebookhabitantes. Y conectamos. Buscando razones, nosotros, los racionalistas, encontré la referencia al Libro de Job: Dios me habló desde la PC ¿has visto el trabajo de mi siervo Eziongeber Chino Álvarez? Échale un vistazo porque anda por ahí y por ahí, todo disperso y vale la pena agruparlo.


II.                La imagen


Tengo una foto de Eziongeber Álvarez Arias. La tomaron, me cuenta, el 30 de marzo de este año de 2020, día de su 56 cumpleaños. Está sentado en una vieja poltrona verdeoscuro y mira por la ventana estilo francés a algún sitio en lontananza, descuidado de la cámara que lo capta. Pantalones blue-jean de los formales, camisa blanca, zapatos casuales negros, gorra visera en azul, parece que se hubiera vestido para celebrar informalmente su fecha natal, pero que la reciente cuarentena lo obligó a quedarse en casa. Una de las manos se posa sobre la rodilla. Mano fuerte. Dedos gruesos. En realidad, todo él desprende una solidez que infunde cierto temor. No es un hombre fácil. Es un solitario o se ha vuelto. La otra mano se posa cerca de la nariz, en actitud quizás dubitativa. No se ve sino el celaje lateral de la mirada que ve, que no ve, que piensa, que reflexiona, que quizá no reflexiona sino solamente ve. Que sueña. Detrás, una pared de ladrillos oscurecidos, un armarito y una pequeña obra de arte que refleja una mujer con blusa azul. Fuera de la ventana hay una mesita de mimbre con una maceta que vagamente deja ver una planta violeta.

Prefiero llamarlo Chino. Eziongeber es el nombre que le dio su padre, vendedor de Biblias, colportor evangélico, y que representa ¿un personaje? ¿un lugar? En Google se dice de un lugar legendario, un lugar citado en la Biblia y que estaba situado sobre el Mar Rojo, en el puerto de Aqaba, suerte de Avalon cuyos rastros arqueológicos no existen. Le pregunto cómo lidió con la carga de ese nombre en la escuela y me responde, obviamente, a coñazos. No cabía de otra. Este escritor cumanés pero caraqueño, o al revés (su voz está llena de los tonos y las expresiones de Caracas, su cultura cotidiana remite más bien al oriente) tiene una historia compleja, con múltiples raíces y mudanzas: sus padres, un militante prebisteriano que provenía de Mundo Nuevo, caserío kariña de Monagas, y una dama prebisteriana que escribía (y aún escribe: ella es Elisabeth Arias, su mamá, hija de Francisco Dimas Arias e Ignacia D’Aubeterre) desde la juventud obras de teatro que fueron presentadas en la iglesia, pasaron por el trance habitual de la emigración a Oriente. Con su prole de cuatro varones llegaron alguna vez a El Tigre (-Estudié en la escuela Simón Rodríguez y vivía en Pueblo Nuevo, en la 6ta. Norte, cerca de los Anderi, precisa, eso fue en 1971)  y desde allí se desplazaron por todo el territorio hasta llegar a Cumaná, ciudad que el Chino reivindica como suya.

-Viví en Caracas hasta los 8. Y me alegro de que mi papá se arruinara y tuviera que buscar el interior. Ahora bien, Caracas es una vaina muy jodida. Mucho. Se pueden captar mil cosas en una sola pasada. Se puede encontrar uno, por ejemplo, a González León en “La Cachapa” y cotorrear de lo lindo. Alguna vez lo hice.

Porque Caracas fue el hábitat predilecto de este abogado exitoso y rumbero de postín que andaba en la búsqueda del ambiente propicio para encontrar una rendija que lo condujera a su condición escritural. Se metió en esa franja donde viven los intelectuales caraqueños. O algunos. Ansiaba empaparse de sus vivencias, de su formación, de sus experiencias, de sus emociones. En la crónica que escribió sobre su abuela la del abrigo rojo y en la entrevista que le hizo Pulido, él destaca al niño de cuatro años que entraba en la habitación de la abuela, en esa habitación donde la abuela escribía y allí encontraba el núcleo de su ser. En su casa finalmente recreó aquella habitación de la niñez en su imaginario Cuarto de Lo Imposible, donde todo puede suceder. Algo así como el Hotel California, pero sin drogas ni escapes fáciles. Algo que, finalmente lo percibió, no tenía que ver con toda la fauna intelectual que vislumbró. Había allí gente que lo motivaba. Patricia Guzmán y su misticismo. Rojas Guardia. Pero finalmente entendió que había que asumir la soledad como amplio compromiso para cumplir con el otro compromiso. La escritura como una forma de protección ante un contexto vital bastante rudo y hasta cruel (Ese niño está allí. Nunca dejé de escribir, aclara)

III.             Las influencias

Lo que más insistentemente reivindica es -Estoy enamorado de la palabra, lo que me atrapa es la palabra. Pero quizá él no se da cuenta de cuánto es el volumen de ese amor (si el amor tiene volumen, claro) y cuán importante es para la literatura. En efecto, sus crónicas, sus relatos, sus críticas musicales, sus reflexiones socio políticas, todo eso que ha publicado hasta ahora en Facebook, tienen como característica primordial un manejo literario de la oralidad que no es frecuente en los escritores. En Venezuela, por ejemplo, se dio el caso de que en los tiempos del Criollismo los narradores, los novelistas, trataban de captar en sus obras lo que ellos consideraban el lenguaje de la gente del pueblo, de los campesinos, los esclavos. Con frecuencia, aquellos escritores de finales del siglo XIX y principios del siglo XX ni siquiera habían ido, o habían ido de breve visita, a los escenarios que proponían en sus obras.

Pero desde el Modernismo los escritores se propusieron (y no solamente en Venezuela) “apropiarse de un lenguaje que sentían como ajeno y convertirlo en algo más refinado y certero”, un poco parafraseando a Ángel Rama. Contemporáneamente, ha habido una intención vigorosa por recuperar la oralidad. Quizás la poesía ha tenido más aciertos en ese sentido: grupos como “Tráfico” y “Guaire” sellaron de manera magnífica sus trabajos, especialmente los iniciales, dando mayor frescura a un lenguaje que lucía anquilosado. Y un poeta como Ramón Palomares consigue maravillas con sus versos donde se expresa en el tono de su ámbito. Pudiera añadir aquí los poemas de José Pulido, precisamente. O lo que está haciendo Néstor Rojas en su poemario reciente, “Alguien enciende una luz”. Coloquialismo.

Desde finales de los 80, narradores como Wilfredo Machado, Ángel Gustavo Infante y Luis Barrera Linares incorporaron la fuerza del lenguaje oral a sus obras. Mucho más recientemente, Eduardo Sánchez Rugeles. Pero, para mí, casos emblemáticos son los de Golcar Rojas y Enzioberger Álvarez. Y emblemáticos porque pertenecen a lo que llamo “los hijos de Pocaterra”, es decir: narradores que se asientan con ambos pies en el mundo real y lo “traducen” por decirlo así, con un lenguaje irónico: narradores tropo. Hay otro vínculo lingüístico literario que no es posible obliterar en este contexto: el de Alfredo Armas Alfonzo, quien creó toda una comarca, La Cuenca del Unare, con sus relatos y el uso sin afectación del lenguaje de la gente.


[Por lo demás, anoto como al margen, la fuerza vital de toda la literatura española del Siglo de Oro radica precisamente en el rescate de las voces del pueblo (la Picaresca, Cervantes, Lope de Vega, Góngora después, Quevedo) con toda su obscena riqueza. Eso mismo dio aviso y fundamento a William Shakespeare]


IV.             La escritura, el escritor

¿Desde cuándo en verdad te sientes escritor?

            -Desde que entendí que escribir era la mejor manera de comunicarme.

-¿Cuáles autores consideras que son tus influencias?

-Bueno… en una enumeración caótica, yo diría que Uslar Pietri, Herrera Luque, Oswaldo Trejo, González León, el Eduardo Liendo de “Los platos del diablo”. Y de los extranjeros Mark Twain, Melville, Bradbury, y Camilo José Cela, el de Pascual Duarte, que me impresionó mucho… Yo soy muy lector y siento que todas esas lecturas me han influido muchísimo. Me gusta leer. Y leo poesía. Por ejemplo, me gusta Thomas Transtömer:

Creído por nadie va el que vio un géiser,

huido de aljibe cegado, como Thoreau, y sabe

desaparecer en lo profundo de su verde interior,

astuto y esperanzado.

 

-¿Ves eso? “Astuto y esperanzado”. Pero también he leído a Hemingway, a Thomas Mann. Me gusta mucho Andrés Eloy Blanco. Era como un brujo. Hice un relato sobre su casa, “La Casa de Andrés Eloy”. Aunque siento que me faltan muchos por leer: Carlos Noguera, por ejemplo, por las historias de la Calle Lincoln, que es El Callejón de la Puñalada. Quiero leer otra vez a Andrés Mata. Me gustan mucho los ensayos de Germán Arciniegas. Escritores como García Márquez y Vargas Llosa, el de Pantaleón, el de “La Ciudad y los Perros”

-¿Escribes poesía?

-Tengo algunas cosas. Sonetos y décimas con el tono oriental. Pero me gustan los relatos. Leerlos y escribirlos. Puedes salpicarlos con lo que quieras. Si lo sabes hacer, quedarán bien. Pero reconozco que la poesía algo así como una alimentación más íntima. Por ejemplo, yo me alimento con los poemas de Pulido. Todos los días lo leo, casi con religiosidad.

-A veces he dicho que hay que leer poesía todos los días, como se lee la Biblia.

-La Biblia, sí. Tengo una Reina Valera de Estudio. La Thompson. Con notas explicativas.

Por cierto ¿qué tal tus relaciones con Dios?

-No son entregadas. Hay momentos llenos de dudas y acusaciones. Hay otros donde Él parece llevarme a través de una bahía con cuidado de que no caiga. Más es lo que lo acepta mi corazón que lo que no.

¿Cómo escribes, cuáles son tus ritos, tus manías, tus técnicas?

-No tengo manías. Todo arranca con algo conque me tope. Un detalle cualquiera. Lo guardo y lo destripo, lo edifico (lo construyo) al menos cuatro veces porque tampoco me interesa tirármelas de tiquititaqui sino de hacer el clinch sin hacer que decaiga el relato. He vivido lo suficiente como para saber qué quisiera leer un cumanés, un caraqueño, un anciano o un niño. Es decir, de lo que se trata es de irme a pasear un rato con el lector. Diría que el único rito es hacer un texto varias veces hasta que me guste. Tiene que gustarme, al menos en gran medida. Es verdad que a veces en las redes sociales, en Facebook, lo que hago es escribir rápido para conectarme con los panas, interactuar. En realidad, no hay ninguna otra ley que siga, salvo la de hacerme entender. De expresarme. Me doy con todo porque básicamente respeto el alma de los demás y hacia ella escribo. Y a la mía. Necesito comprenderme.

Sin embargo, yo creo que el escritor tiene un compromiso muy alto. Por eso me parece que hay que escribir con seriedad (aunque yo jodo el parque mucho) es importante. Muy importante. En realidad, no sé cómo nace mi escritura: sólo sé que tengo que escribir. Y de repente quizás haga en el futuro un poemario, una novela, una compilación de mis crónicas y relatos.

Aunque ratifico que no tengo manías, escribo de noche, abrigado y con medias. Me distrae el frío. También escribo de día a veces. Si estoy tranquilo.

¿A mano?

¿A mano qué?

Si escribes a mano.

-Sí, muchísimas veces a mano. En una libreta. Voy tomando notas.

He visto, por tus publicaciones en las redes y los comentarios de tus amigos, que te gustan la música y la pintura

-Siempre me ha gustado la pintura. Me gusta ver con cuidado las obras, internalizarlas, imaginar qué historia están contando porque cuentan una historia. Siempre. El caso de la música es igual, aunque distinto. Mis gustos musicales son variados variados variados y extensos. Me encanta estar recomendando. Y me encanta también sentir que la música es una construcción, un esquema de belleza.

V.     Publicar porque ya es tiempo

Tengo muchas cosas archivadas: crónicas, relatos, poemas. Un caudal de cosas que he escrito y publicado principalmente en las redes sociales, pero que creo que ya es el momento de comenzar a publicar en forma de libros. Me gusta identificarme con Wallace Stevens, que también era abogado. Este gran poeta comenzó en serio a publicar después de los 50 años y obtuvo a veces premios y reconocimientos. En verdad, no aspiro más que a ser leído y leer a otros y seguir escribiendo y publicando. Creo que es el momento. Yo sé que eso significa asumir riesgos. Riesgos de todo tipo: económicos, morales, hasta espirituales, pero sé que eso es parte también del compromiso de ser escritor.

Voy a comenzar por crear un blog donde vaya sacando de manera más formal lo que escriba y lo que escribí y está represado en el disco duro de mi computadora. Me he convencido poco a poco de la necesidad de usar los recursos tecnológicos de edición de libros porque evidentemente los paradigmas están cambiando. Así que por ahí voy, como si fuera un Cyrano saliendo de detrás del arbusto.

 

 


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